lunes, 19 de mayo de 2014

La rosa y el sapo

larosayelsapo
En un gran jardín, una pequeña rosa y un sapo habían ido creciendo en compañía. Se pasaban horas juntos: él dando saltos a su alrededor y ella convirtiéndose poco a poco una preciosa flor. Durante mucho tiempo habían compartido todo tipo de vivencias, secretos y, sobre todo, amistad.
La vida iba pasando y el sapo observaba como su amiga se volvía cada vez más y más hermosa. Para él era un placer ir a visitarla, saltar a su alrededor y contarle todo lo que sucedía al otro lado del jardín.
La rosa comenzó a darse cuenta de su hermosura y, sobre todo, de la atracción que ejercía sobre todos los visitantes del jardín que, cuando se acercaban a verla, no podían evitar su asombro. El problema es que, de vez en cuando, dichos visitantes observaban a un sapo dando saltos a su alrededor y se marchaban.
Un día, la rosa ya cansada de la situación, se dirigió al sapo.
-Oye, sapo -le dijo- ¿no podrías hacer lo mismo que haces aquí, eso de ir saltando de un lado a otro, en cualquier otra parte del jardín?
-Pero… -contestó confundido- hasta ahora nunca te había molestado mi presencia, siempre te había gustado tenerme alrededor.
-Sí, pero me he dado cuenta de que espantas a todos los visitantes que vienen a verme. Les asustas y además… tu aspecto ya no armoniza con mi belleza.
-Vaya… -contestó triste el sapo- qué lejos han quedado aquellos tiempos…
Ambos se quedaron callados durante una eternidad. Él esperando una rectificación, y ella esperando una confirmación.
-Vale… -contestó finalmente el sapo- no te preocupes, el jardín es muy grande, me da igual estar aquí que en otro sitio -y se alejó.
Pasó el tiempo y ambos hicieron su vida por separado. El sapo estuvo mucho tiempo sin visitar a la rosa, hasta que un buen día, aprovechando que ya caía la tarde y no podía molestar a ningún visitante, decidió acercarse a saludarla.
Al llegar se quedó totalmente sorprendido. Estaba marchita, ya no tenía la belleza de unos meses atrás, era otra. Sus pétalos estaban agujereados, su tallo caído…
-Hola, rosa.
-Hola, sapo -contestó ella con rocío en las mejillas.
-Pero, ¿quién te ha visto y quién te ve? ¿qué te ha pasado?
-Es que… -le costaba hablar- los primeros días todo fue bien, pero poco a poco comenzaron a comerme los bichos, sobre todo las hormigas. No entiendo por qué, pues nunca antes lo habían hecho. Se han apoderado de mí, me han debilitado de tal forma que ya apenas me reconozco…
-Ay, Rosa -le contestó el sapo- nunca supiste para qué iba saltando a tu alrededor, ¿verdad? Nunca supiste que antes había alguien que se comía todos esos bichos.

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