domingo, 7 de febrero de 2021

LA MUJER MANANTIAL

     La chica se quedó muy triste cuando el hombre de las rosas se marchó. Perdió su luz, como un día de eclipse. Se hizo tristeza, como el niño que ve cómo se desdibuja en el cielo, el globo de helio que hasta hacía un instante atesoraba en la mano. Se sintió extraña, como un colegio en domingo…

Entonces, la chica quiso convertirse en mar y lloró como si todas las nubes de lluvia se le hubiesen ido a vivir a los ojos. Quiso no amar más a su hombre de las rosas. Quiso no haberle conocido nunca y quiso odiar la primavera con todas las flores que le caben dentro. Y en medio de todos esos deseos grises, se durmió…


Y soñó. Se soñó a sí misma de niña, curioseando en el viejo arcón de su abuela, en la habitación de la casa de vecinos de la calle Salvador. Se sobresaltó al verla…¡Hacía tantos años que no veía a su abuela! Las lágrimas se derramaron de sus ojos.


_ Lloras demasiado últimamente, niña, -dijo la abuela-


_ Ya sabes por qué lloro, abuela, -dijo mientras se refugiaba en su abrazo, tantas veces añorado-


- Pues no tendrías por qué hacerlo. Todo lo sabías ya…


- Me avisó demasiado tarde, abuela. Ya era inevitable el desastre.

¿Para qué llamó a mi puerta si no tenía intención de amarme?


- ¿Acaso tenías intención de amarle tú cuando le abriste? Tú misma le pediste que no se enamorara…

Además, tú lo sabías antes de que él te dijera. Lo viste aquella tarde, cuando tus ojos se miraron en los suyos por primera vez. ¿No te acuerdas?

La intuición primera no fue la paz, sino el dolor que te esperaba y aún así, te quedaste…


- ¿Cómo puedes saber eso, abuela?


- Porque vivo en tu corazón, cariño y asisto a todo lo que en él acontece. Y porque como sabes, las dos podemos ver cosas que las demás personas no ven...Como leíste en alguna parte, corazón, “somos descendientes de las brujas que escaparon de la hoguera”...


- ¿Para qué nos sirve esta clarividencia torpe si no podemos evitar el sufrimiento de las personas a las que queremos, ni el nuestro?


- Nunca he sabido responder a eso. Lo he aceptado como algo mío, sin más.


- ¿Cómo puedo amar de esta manera a un hombre al que solo he visto 210 minutos? 


- Le preguntaste aquella tarde, que si te quería ver de nuevo y a él le pareció una pregunta absurda. Pero también sabías que no ibas a volver a verle, ¿verdad?


- Así es, abuelilla. Antes de que el año se acabara, estuve con un hombre que tenía su misma apariencia. Me regaló su cuerpo, pero su corazón ya no estaba. Hice el amor con otra persona, que solo se le parecía. Ojalá hubiese sucedido aquel día, en que tres horas y media, dieron cobijo a toda una vida soñada…


- ¿Por qué le quiero tanto, si desde aquella tarde comenzó a desdibujarse y desde entonces ha sido más ausencia que presencia, hasta volverse invisible? ¿Cómo se puede amar tan pronto?


- Porque tu amor no nació esa tarde, mi niña. Amas a ese hombre desde que eres mujer. Ese día, tan solo le pusiste rostro y nombre. Por eso sentiste esa paz al mirarle a los ojos y apartaste de un manotazo la intuición primera. Sentiste en lo más hondo de ti, que llegabas a un lugar ya conocido y confiaste sin dudar ni un solo instante.


- ¿Qué quiere enseñarme la vida con esto? ¿De qué me sirve saber que  existe si él no me ama igual?


- Su corazón está lleno de un dolor añejo que no concluye. No tiene espacio para albergar otro sentimiento. Una parte de él quiere sentir, pero está encadenado a ese dolor y preso de muchas  decepciones. No quiere amar o no sabe cómo hacerlo.


- ¿Qué puedo hacer yo?


- Nada. Un corazón cerrado solo puede abrirse desde dentro. Aunque hay quien piensa que un corazón cerrado puede ser abierto por otro corazón…

Tú eres una mujer manantial. De tu corazón brota un amor inagotable, que das a los demás sin esperar nada. Pero lo cierto, es que necesitas tanto amor como das. Sin embargo, ¿quién va a pensar que un manantial puede tener sed?

Solo un hombre manantial, puede saciar tu sed de amor.


- Entonces, ¿olvidarme de él es lo único que me queda, abuela? 


- Siembra en tu corazón todas las rosas que él te ha regalado. Cuídalas. No dejes que la tristeza confunda lo que sientes. Tú no has nacido para el reproche, ni para el odio. Sigue siendo lo que eres: una mujer manantial. Agradece cada instante compartido. Lo que has sentido, es tuyo. Creías que albergabas un corazón anestesiado, incapaz de sentir y él te ha demostrado que sigues estando viva. Siembra las rosas en tu pecho. Cuídalas. A su debido tiempo, volverán a florecer. Escucha a tu corazón, cultiva la calma, transforma en poesía el dolor. Confía, aguarda, camina… Tal vez algún día, a su pecho también llegue la primavera y con ella el deshielo de los glaciares tras los que se protege. Y entonces, solo entonces, también él será un hombre manantial…¿Quién sabe, mi niña?


Ahora despierta, camina, siembra...yo estaré contigo.