sábado, 2 de octubre de 2021

 Os presento un poemario precioso y a su autora, ser de luz, que ha hecho posible a través de su poesía, que en este otoño, entre las hojas ocres, crezcan tempranas, las amapolas. Muchas gracias, Susana!!





lunes, 22 de marzo de 2021

 Si no traes amor en tu pecho, no te detengas ante mi puerta. No me mires a los ojos, porque veré en los tuyos a quien tanto he esperado. No pronuncies mi nombre. No me llames amor mío, porque te creeré.
Si no traes amor en tus manos, pasa de largo. No me mires siquiera, pues no podrás verme. No te atrevas a tocarme, pues no podrás sentirme.
Si no es amor lo que traes, no te asomes a mi vida. No desordenes mi alma. Si vas a venir a traerme esperanzas inciertas, si vas a ser solo ausencia, no vengas siquiera. Si no vas a amarme, déjame sola, porque no quiero arrastrar una cicatriz con tu nombre.
No me conviertas en nadie, no me quieras a ratos ni a trozos. No me trates como si yo fuera nada...
Pero...
Si es amor lo que traes en tu pecho...aunque sea una semilla, detente en mi puerta y ábrela de par en par. Entra hasta el fondo de mi alma, abraza mi vida. No hace falta que me digas que me amas, solo hazlo...
Llámame por mi nombre de nuevo. Ámame en tus días de sol y penumbra, en mitad de las tormentas y en la calma de los amaneceres. Ámame siempre. Ámame entera...
Así te amo yo...


domingo, 7 de febrero de 2021

LA MUJER MANANTIAL

     La chica se quedó muy triste cuando el hombre de las rosas se marchó. Perdió su luz, como un día de eclipse. Se hizo tristeza, como el niño que ve cómo se desdibuja en el cielo, el globo de helio que hasta hacía un instante atesoraba en la mano. Se sintió extraña, como un colegio en domingo…

Entonces, la chica quiso convertirse en mar y lloró como si todas las nubes de lluvia se le hubiesen ido a vivir a los ojos. Quiso no amar más a su hombre de las rosas. Quiso no haberle conocido nunca y quiso odiar la primavera con todas las flores que le caben dentro. Y en medio de todos esos deseos grises, se durmió…


Y soñó. Se soñó a sí misma de niña, curioseando en el viejo arcón de su abuela, en la habitación de la casa de vecinos de la calle Salvador. Se sobresaltó al verla…¡Hacía tantos años que no veía a su abuela! Las lágrimas se derramaron de sus ojos.


_ Lloras demasiado últimamente, niña, -dijo la abuela-


_ Ya sabes por qué lloro, abuela, -dijo mientras se refugiaba en su abrazo, tantas veces añorado-


- Pues no tendrías por qué hacerlo. Todo lo sabías ya…


- Me avisó demasiado tarde, abuela. Ya era inevitable el desastre.

¿Para qué llamó a mi puerta si no tenía intención de amarme?


- ¿Acaso tenías intención de amarle tú cuando le abriste? Tú misma le pediste que no se enamorara…

Además, tú lo sabías antes de que él te dijera. Lo viste aquella tarde, cuando tus ojos se miraron en los suyos por primera vez. ¿No te acuerdas?

La intuición primera no fue la paz, sino el dolor que te esperaba y aún así, te quedaste…


- ¿Cómo puedes saber eso, abuela?


- Porque vivo en tu corazón, cariño y asisto a todo lo que en él acontece. Y porque como sabes, las dos podemos ver cosas que las demás personas no ven...Como leíste en alguna parte, corazón, “somos descendientes de las brujas que escaparon de la hoguera”...


- ¿Para qué nos sirve esta clarividencia torpe si no podemos evitar el sufrimiento de las personas a las que queremos, ni el nuestro?


- Nunca he sabido responder a eso. Lo he aceptado como algo mío, sin más.


- ¿Cómo puedo amar de esta manera a un hombre al que solo he visto 210 minutos? 


- Le preguntaste aquella tarde, que si te quería ver de nuevo y a él le pareció una pregunta absurda. Pero también sabías que no ibas a volver a verle, ¿verdad?


- Así es, abuelilla. Antes de que el año se acabara, estuve con un hombre que tenía su misma apariencia. Me regaló su cuerpo, pero su corazón ya no estaba. Hice el amor con otra persona, que solo se le parecía. Ojalá hubiese sucedido aquel día, en que tres horas y media, dieron cobijo a toda una vida soñada…


- ¿Por qué le quiero tanto, si desde aquella tarde comenzó a desdibujarse y desde entonces ha sido más ausencia que presencia, hasta volverse invisible? ¿Cómo se puede amar tan pronto?


- Porque tu amor no nació esa tarde, mi niña. Amas a ese hombre desde que eres mujer. Ese día, tan solo le pusiste rostro y nombre. Por eso sentiste esa paz al mirarle a los ojos y apartaste de un manotazo la intuición primera. Sentiste en lo más hondo de ti, que llegabas a un lugar ya conocido y confiaste sin dudar ni un solo instante.


- ¿Qué quiere enseñarme la vida con esto? ¿De qué me sirve saber que  existe si él no me ama igual?


- Su corazón está lleno de un dolor añejo que no concluye. No tiene espacio para albergar otro sentimiento. Una parte de él quiere sentir, pero está encadenado a ese dolor y preso de muchas  decepciones. No quiere amar o no sabe cómo hacerlo.


- ¿Qué puedo hacer yo?


- Nada. Un corazón cerrado solo puede abrirse desde dentro. Aunque hay quien piensa que un corazón cerrado puede ser abierto por otro corazón…

Tú eres una mujer manantial. De tu corazón brota un amor inagotable, que das a los demás sin esperar nada. Pero lo cierto, es que necesitas tanto amor como das. Sin embargo, ¿quién va a pensar que un manantial puede tener sed?

Solo un hombre manantial, puede saciar tu sed de amor.


- Entonces, ¿olvidarme de él es lo único que me queda, abuela? 


- Siembra en tu corazón todas las rosas que él te ha regalado. Cuídalas. No dejes que la tristeza confunda lo que sientes. Tú no has nacido para el reproche, ni para el odio. Sigue siendo lo que eres: una mujer manantial. Agradece cada instante compartido. Lo que has sentido, es tuyo. Creías que albergabas un corazón anestesiado, incapaz de sentir y él te ha demostrado que sigues estando viva. Siembra las rosas en tu pecho. Cuídalas. A su debido tiempo, volverán a florecer. Escucha a tu corazón, cultiva la calma, transforma en poesía el dolor. Confía, aguarda, camina… Tal vez algún día, a su pecho también llegue la primavera y con ella el deshielo de los glaciares tras los que se protege. Y entonces, solo entonces, también él será un hombre manantial…¿Quién sabe, mi niña?


Ahora despierta, camina, siembra...yo estaré contigo.



viernes, 29 de enero de 2021

¡¡ GRACIAS, MARGARITA HANS PALMERO, POR ESTE REGALO TAN MARAVILLOSO!!


Le hicieron sentir que era débil. La hicieron dudar sobre su belleza, su fuerza, su poder como mujer. Pusieron infinidad de piedras en su camino y lo regaron con tormentas. Escondieron su cobijo. Plantaron una montaña en su valle. Y le hicieron sentir que no era mucho más que una flor silvestre que perecería bajo la primera helada.
Y aún así, ella continuó con su avance, regalando sonrisas y envolviendo promesas en papel de esperanza.
Llegó entonces la escarcha de desengaños y ante ella, dispuestos a la batalla, se alinearon los guerreros de la soledad y el agotamiento.
Al fin y al cabo, ella no era más que una flor silvestre que perecería bajo la primera helada.
Y así era.
Era una flor silvestre. Pero no cualquier flor. Era una flor de fuego con túnica de pasión. De su pecho brotó la fuerza, de jirones heridos brotó la luz. Su cabello tornó cual el bosque salvaje de otoño, incendiado de pasión y poder.
Derritió los obstáculos y se elevó como la flor de fuego que brota en el corazón de las salamandras, las hadas de fuego.
Derritió la helada y se levantó poderosa.
¿Eres un hada? ¿Una bruja? ¿Un espíritu?
Soy algo más que todo eso. Soy las tres y ninguna. Soy mujer.



 

    Las palabras sueñan con volverse eternas en las páginas de los libros, para que a los sentimientos que guardan, no se los lleve ningún viento.
Gracias, amigo José Ruiz Jiménez, por cumplir el sueño de las palabras y de aquel niño.
Comparto con vosotr@s este libro, cuya historia, aún desconocida para mí, ya forma parte de mi propia historia.




domingo, 10 de enero de 2021

PARA LOS QUE AMAMOS LAS PALABRAS Y VEMOS EN ELLAS, UNA DE LAS FORMAS MÁS BELLAS DE ACARICIAR EN LA DISTANCIA.

 "(...) Te necesitan más que nunca. Más de lo que te ha necesitado nunca ningún ser humano. Saca lo mejor de ti mismo y haza lo que dicte el corazón. Puede que a algunos solo les queden unos pocos días de vida. Son días de oro, porque detrás de ellos ya no hay muchos amaneceres. Intenta que los vivan como un regalo. Yo no sabría cómo hacerlo, pero tu mirada de amigo, tu afecto y solidaridad me han ayudado a abrir mi corazón y a sacar lo que siento que debo de hacer desde lo más profundo de mi alma. Por eso he podido plasmarlo em forma de palabras para transformarlo en acciones llenas de vida.

        _! No sabes cuánto agradezco lo que me acabas de decir! Y cuánto necesitaba escuchar semejantes consejos de tu boca. Me parece un milagro que hayas podido encontrar las palabras justas cuando ya no quedan palabras. Por eso me duelen tanto los pésames a los familiares de alguien que acaba de morir. ¡No tengo palabras! ¡No hay palabras! Tú has demostrado que sí las hay cuando tu interlocutor las necesita, cuando detrás o delante de ellas hay afecto y sinceridad, hay acciones que dicen mucho más que las palabras. Pero las palabras hay que buscarlas en el fondo del corazón, allí donde nacen la ternura, la compasión y el amor. Y tú lo tienes en abundancia, lo compartes y lo has hecho desde que te conozco y por eso has sido siempre tan feliz:"

                                                                                        EL CORAZÓN CON QUE VIVO

                                                                                        José María Pérez



sábado, 9 de enero de 2021

SIETE DE BASTOS

         Sonó el despertador a la hora acostumbrada. A tientas busqué la pastilla en la mesita de noche y medio dormida, me la tomé, con un trago de agua. Me di la vuelta y me abandoné al sueño del que aún no había salido del todo, por quince minutos más.

        Cuando volvió a sonar el despertador, me incorporé con los ojos cerrados aún y al buscar mi pie la zapatilla, lo que encontró fue una sensación extraña, como si hubiese pisado hierba. Al encender la luz, descubrí, atónita, que mi cama descansaba en mitad de un bosque. Me pellizqué la cara y las piernas. No estaba soñando. Mi casa, no existía. Solo mi cama, iluminada por las esferas del color de las ciruelas, se posaba sobre un manto de musgos y helechos. Alrededor, árboles de hojas ocres, vestidos de un otoño aún no concluido, como el gran árbol de mi bosque particular.

        Una fuerza invisible me llamaba. Caminé descalza sobre el musgo, invadida por una serenidad que no recordaba haber sentido jamás.

           Mi pelo, había crecido hasta la cintura y se había vuelto más oscuro. Y una túnica de azul intenso, cubría mi cuerpo hasta los pies.

            Anduve guiada por esa intuición, hasta que mis pasos se detuvieron ante un símbolo celta tallado en un gran arce.


              


         Era un trisquel, representativo del cuerpo, la mente y el espíritu. Lo acaricié con la yema de mis dedos y justo en ese instante, un hombre joven, atlético, hermoso, surgió de entre los árboles y con una sonrisa pura, me tendió una rama de espino florecida.

        Se acercó a mi oído y con voz grave, pero llena de confianza y ternura, me susurró: "ten paciencia. Todo está ahora en el lugar en el que debe estar. Camina sin miedo. No se equivoca, el que con amor actúa. Superarás cada obstáculo y encontrarás lo que tu corazón ansía".

    Dicho esto, sentí un ligero mareo y me desvanecí.

    Cuando recuperé la consciencia, todo era como siempre: mi cama estaba en mi habitación. Miré el reloj. Aún eran las cinco y media de la mañana. Me sorprendía haber tenido un sueño tan real. Me levanté ya desvelada. Fui al baño y después, bajé a la cocina. Junto a la taza  que había dejado preparada la noche anterior, descansaba una carta del tarot de las brujas. Era el siete de bastos. En ella, un joven atlético y hermoso, como el de mi sueño, sostenía una vara de espino florecido. Corrí a coger el libro para conocer su significado y esto era lo que decía:

"Esta carta aparecerá para asegurarte que superarás los obstáculos y te elevarás por encima de ellos con elegancia, ingenio y humor"

                                                                                            Belén Cano Padilla