EL HOMBRE –FORTALEZA
Erase una vez, en un lugar desparramado junto a un río, un
hombre que tenía la piel tejida de rocas selladas con arcilla: El
Hombre-Fortaleza, era llamado por los lugareños, que lo consideraban baluarte
de sí mismo.
Para unos, era un ser con la capacidad de sentir, amputada.
Otros, se compadecían de su suerte cuando lo veían pasar, siempre solo, por las
calles de aquel pueblo extraviado hasta en los mapas. Algunos, lo creían frío
como las noches de enero. Distante y huidizo, como la felicidad. Aciago, como
los sueños que no se cumplieron…Todos lo evitaban, pues le consideraban
portador de malos agüeros.
Ella llegó empujada por los azares del destino. Al contrario
que la de él, su piel estaba hecha de caricias olvidadas. Todas las que no
había dado ni recibido la cubrían por completo e iba dejando un rastro de
ternura allá por donde pasaba. La ternura que soñaba para ella. Tenía en su
manera de mirar, un tamiz que extraía poesía hasta de la realidad más triste.
Poseía el don de ver más allá de lo aparente y de descifrar silencios.
Iluminaba la vida de los otros con una luz prestada, como la de la luna, porque
en su calma aparente, de volcán dormido, se ocultaba un magma de emociones
silenciadas que le robaban la paz y el descanso.
Se encontró por primera vez con El Hombre-Fortaleza, una tarde
de octubre. Y al detenerse en su mirada, La Mujer de las Caricias Olvidadas, no
vio la alcazaba infranqueable que la separaba de aquel hombre. Incluso traspasó
la espesa bruma de dolor añejo que lo envolvía y lo que vio fue sensibilidad,
respeto, resistencia, bondad, inteligencia, firmeza…y supo que iba a recordarlo el resto de la vida, porque
al mirarlo, por primera vez en mucho tiempo, no sintió miedo.
Ella, lo observó con curiosidad a partir de entonces. Y así
supo, que trabajaba de la mañana a la noche, cuidando un jardín preciado que
crecía en su casa. Iba deprisa a todas partes. Nunca se detenía demasiado en
ningún sitio, pues ese jardín ocupaba su pensamiento y la mayor parte de las
horas del día.
También
leía. Leía en los parques al atardecer. Leía para escapar, para descansar, para
estar menos solo, para vivir con la imaginación lo que la realidad le
impedía…Acumulaba libros, que pacientemente le esperaban, con la promesa de una
efímera libertad.
Entonces, La Mujer de las Caricias Olvidadas, que amaba las
palabras y las historias y que como él, compartía esa misma forma de salvarse,
quiso convertirse en libro, para que él la tocara y la leyera…
Ella se
acercó a él un poco más cada día. Y él, casi imperceptiblemente, se lo
permitió. Incluso la dejó cuidar su jardín preciado e intercambiaron historias
escritas y compartieron lugares amados por ella.
La mujer le llevaba cestillos de ternura en forma de mil
atenciones que dejaba a orillas de su piel de rocas. A cambio, él destilaba por
entre las uniones de arcilla, gotas de emociones indescifrables que ella con
paciencia esperaba y recolectaba para atesorarlas después.
Ella le invitó a conocer otro río moteado de molinos harineros
que guardaban en sus paredes el calor de las manos que allí vivieron. Quiso que
él caminara junto a ella por un bosque de árboles centenarios. Fue un tiempo en
el que hablaron muchas veces y compartieron breves, pero importantes momentos. Ella
quiso que él viviera. Pero él, todavía, no sabía cómo volver a hacerlo.
Esta historia que cuento, pasó durante algunas lunas, en las
que la curiosidad de ella se fue transformando en afecto manso, en amor
paciente. Mientras él, permanecía impasible y oculto en su castillo
fortificado.
Por todo esto, cuando él, ataviado con la sequedad de los
campos en el estío, le pidió que se marchase, ella, no lo supo entender.
Y así fue como los dejé la última vez que los vi: La Mujer de
las Caricias Olvidadas, en una margen del río. Las manos, llenas de vida y de
luz, tendidas hacia él. Mientras, El Hombre-Fortaleza, en la otra margen del
río aguardó sentado entre las ruinas de
un antiguo puente, sin saber cómo reconstruirlo…
Ahora, serán los días venideros, los encargados de contarnos,
el curso de su historia.
Belén Cano Padilla
Alcalá
de Guadaíra, 28/09/2018