Todas las mañanas paseaba por la
playa, contemplando las olas. De este modo se inspiraba, y por las tardes, se
quedaba en casa para escribir.
Un día, mientras caminaba por la
orilla del mar, vio una figura que parecía que bailara. Se acercó y observó que
se trataba de un joven que recogía de la arena las estrellas de mar una a una y
las devolvía al océano.
-¡Hola!- le dijo el joven
sonriendo, sin dejar de hacer lo que hacía.
-¿Por qué haces esto?- le
preguntó el escritor con curiosidad.
-¿No ve que ha bajado la marea y
el sol brilla con fuerza? Si estas estrellas se quedaran aquí, en la arena, se
secarían y morirían.
El escritor pensó que la
intención del muchacho era muy buena y loable, pero sonrió con escepticismo y
comentó:
El joven miró al escritor,
recogió otra estrella de mar, la lanzó al agua, volvió a mirar al escritor y le
dijo:
- Para ésta estrella de mar, sí
tiene importancia.
Aquella tarde el escritor no
consiguió escribir. Y por la noche, apenas pudo dormir. A la mañana siguiente,
muy temprano, se fue hacia la playa.
El joven se deslizaba con su
tabla por las primeras olas del día, pero pronto se dirigió hacia la arena.
Juntos, bajo el suave sol del
amanecer, se pusieron a devolver estrellas de mar al océano.
Mi sembrador de estrellas me regaló esta historia
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