viernes, 21 de abril de 2023

  O GAITEIRO


        Podría estar en cualquier lugar, pero está aquí, a dos casas de la mía. Cuando llegué a esta esquina del pueblo, él ya estaba ahí, poniendo banda sonora a la calle.

Tardé tiempo en aprenderme su nombre. Para mí era “El chico de la gaita”. Más allá de los saludos de cortesía propios de vecinos que comparten acera, ninguna charla nos enfrentó la mirada hasta hace unos meses, cuando una conversación motivada por la licencia que nos concede la pérdida, en este caso, la muerte de su madre, me permitió verlo desde un lugar distinto, más cercano. Y pensé en la cantidad de mundos que nos perdemos por ir tan deprisa. Por mirar sin ver.

Desde ese día, he querido asomarme a esa persona, intuyendo un mundo interior inmenso. Los azares de la vida, me han presentado la oportunidad de conocerle un poco…


Cuando lo miras desde lejos, poniendo atención a los retales que los días ponen a tu alcance, imaginas a un ser que derrama amor en sus actos cotidianos. Así lo sentí cada vez que pude verlo recoger jazmines para su madre.

A  la vez, por su atuendo, su andar, la música siempre pegada a él…puedes imaginar también a un ser independiente. Me gusta saber que las palabras que él mismo ha elegido para definirse, acudiendo a dos lugares distintos de su biografía, son: libertad y emocional. Y es que tal vez nada nos encadene tanto como negarnos a amar y en consecuencia, nada nos haga más libres que sentir…


Las respuestas que ha atado a las preguntas que le he hecho, me liberan de tener que seguir imaginando y me conceden la oportunidad de dibujar un bosquejo de su manera  de estar en el mundo…Así, si pudiera tornarse animal, sería lobo: majestuoso, libre y parte a la vez del grupo.

Independiente, pero no individualista, con un profundo sentido de la justicia, le conmueve el sufrimiento ajeno hasta el punto de perder la paz o actuar de modo inadecuado ante lo injusto.

De pequeño anheló los poderes de Supermán para combatir el mal. Ahora cultiva un superpoder más humano: ayudar escuchando, acariciar con palabras de consuelo.


Para descansar del mundo y encontrarse con su yo más desnudo, se deja abrazar por la música. Enraizado a ella, la música es tan él como su sangre o sus huesos. Refugio y manantial donde todas sus emociones se encuentran…


Este hombre de apellido impronunciable, me enseña que hasta el infierno puede tener un lado amable, compartiendo conmigo el verdadero significado de un amuleto que abrazado a su cuello, le acompaña desde hace veinticinco años: un Lauburu, una cruz de brazos curvos, que representa al sol y que recuerda demasiado a algo a lo que ni siquiera voy a nombrar en este escrito.


Desencantado con las opciones que ofrecen las distintas religiones, responde “quiero ser yo mismo y con la gente que quiero por la eternidad”, cuando le pregunto si cree en otras vidas.

Quiere creer que volverá a encontrarse con su gente necesaria en la constelación de Orión, porque su padre se lo contó cuando tenía siete años. No le he dicho que desde niña pienso que allí, en el cinturón de Orión se conceden sueños y es en ese lugar donde busco a los que se me adelantaron en el camino. 


Acariciada por una de sus cientos de canciones preferidas: Moon River de Henry Mancini, siento su sensibilidad en las palabras de su última respuesta: “Me gustaría marcharme tranquilo y en paz. Con una sonrisa en los labios. Tumbado en una hamaca junto al mar, mientras también veo morir al sol en su ocaso”

                                                            JFA🔅BCP





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